Sentía como miles de papelitos acariciaban mis pies, como arena pero de papelitos de muchos colores, y serpentinas revoltosas dentrás, era como un carnaval bajo presupuesto en la calle RI3 Boquerón. Odio los carnavales.
Seguí caminando y me encontré con un par de personas que me saludaron pero yo en realidad no los ubicaba de donde, solo salude amablemente y bebí de mi trago que tenía unos matices como a un bello atardecer en la playa. Me veía dentro de él.
El sonido me penetraba hasta mis años de jardín de infantes, me veía pintando con crayones gruesos, y dejar a todos mis compañeritos de clase sin poder pintar más troncos de árboles, porque claro me había comido el crayón marrón, pensando que era del sabor del chocolate.
Bailé.
El humo no me dejaba ver ni mis propios recuerdos. Era como una densa nube flúo que iba cambiando de acuerdo al movimiento de mis párpados. Se volvía cada vez más densa, y espesa, iba tomando forma, no muy definida aún, solo podía ver una gran masa de efectos residuales.
Era un dragón, con una enorme cola, recordandome al juguete de mi primo con el que jugabamos allá por el año 86, en una de esas tarde en que esperabamos que pase el cometa Halley. Gigantes garras como cucharones para levantar el spaghetti, nada podía compararse a ese gigante con luces alrededor e inmensas llamas, saliendo de su boca.
No sentía el calor del fuego.
Fui valiente, Mi nombre es Coraje!!! gritaba, y me acerqué más al dragón, era raro, olía a tierra húmeda antes de que se largue a llover. Estaba muy cerca, pero él no me veía, él estaba concentrado en las luces que irradiaban pensamientos extraños. Fuí subiendo despacio por su cola, estaba tranquilo, pero de repente daba movimientos que me hacía dudar hasta de mi color favorito.
La música desbordaba.
Subí, subí y miraba desde lo alto de aquella joroba. El tamaño de los que quedaron abajo me hacía recordar a los papelitos picados que tenía en mis zapatos. Lo vi de cerca, era el Dragón más histérico del mundo, no pensé pasar por esto me dije, traté de susurrarle algo al oído, pero no me escuchó, aún estando yo a metros de su tímpano. Estaba furioso, cada vez el fuego era más frecuente, pero yo seguía sin sentirlo. Crucé por sus ojos y me quedé sentada en su hocico, comencé a respirar tranquilamente, y lo confundía con mi estado. -Ommmmmm!!!! Ommmmmm!!!!, lo hice un par de veces. Al verme calmada, él me miró, como tratando de enteder el porque de todo.
Se tranquilizó.
Los dos frente a frente, el Dragón más histerico del mundo y yo, al unísono del OM. Se fue calmando todo, las luces bajaron su intesidad, el humo había desaparecido por completo, los papelitos picados ya no estaban. Él aún tenía ese olor a tierra, pero cada vez se hacía más “ apacholizado”, lo cual me gustaba mucho porque me hizo acordar de la casa de mi abuela y sus plantitas de pacholi.
Así en ese estado en que se encontraba me acerqué nuevamente al oído, le dije: Estás así porque querés estar. En ese momento si me había escuchado.
Seguí bailando con los papeles picados a mi alrededor y saludando a personas que no conocía.
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