GRIS MATE
Tengo la mente en blanco como para recibir toda la información correspondiente a una obra de teatro la cual me invitaron el domingo a las 5 de la tarde, vía comunicación primer mundista, esta se realizaba en un teatro, que siempre se caracteriza por resguardar a artistas, y por sobre todo, gratis.
Sentadita como buena niña, abro bien, pero muy bien ojos, tratando de entender la visual oscura que se me presenta. Colores tenues, lavados, llenos de polvo, hasta puedo percibir un poco de humedad a mi alrededor, algunas muecas vi en el hombre que estaba parado en el medio del escenario sobre una diana.
Ese acento era poco confundible, las eses se mezclaban con las zetas y danzaban al compás de la lengua para que suene algo así como zhtoy canzado de que no zhalga el zol.
Ese chico definitivamente era del país de las empanadas gallegas, vestía un sombrero de copa, un sobretodo prestado de un espanta pájaro burgues, unos lentes de vista con el marco bien finito, como queriendo pasar desapercibido ante mis ojos. Era definitivamente un estudiante sin rumbo, con libros vacíos que atesoraba.
Se quejaba de la falta de ganas para realizar cualquier actividad que tenía en esta vida sin la presencia del sol, culpando a Dios de dicha catástrofe en su vida, con arco y flecha apuntando al cielo, tratando de no dejar caer su negro azabache sombrero, intentado acertar a el más grande rey, por semejante desgracia. Repetía frases como: Si estoy muerto es porque Dios lo permitió, y si sigo con vida es porque Dios está muerto.
De pronto vemos asomar un cuerpo gris con una gran butaca alzada al hombro, cada vez se hacía más claro que era un lustra botas pálido, pelado y cansado. Él trabajaba para sí mismo, se lustraba el mismo los zapatos y recibía su propio dinero por su trabajo. Leía las arrugas de los zapatos y proclamaba que estas arrugas les podían decir el pasado de las personas, sus gustos, sus miedos y sus dolores.
Gran amistad habían entablado el estudiante y el lustrabotas, este había descubierto el nombre de su madre y que las castañas le daban alergia con el solo hecho de mirar sus zapatos en los pies del estudiante, ya que decía que su habilidad era igual al de los adivinos, su don no funcionaba con ellos mismos, sí para con los demás.
Dando saltitos minuciosos, un hombre con pantalones arremangados, camisa que se dejaba llevar por sus movimientos, tijera y pulverizador en manos, bailaba con la melena del viento, dando caricias a su textura.
Contagió de energía al estudiante que nada quería saber de vivir, si el sol ya no se asomaba, el lustra botas con definiciones filosóficas sobre el destino, la vida y la muerte (es más creo que estaba muerto, desde el principio), dejaban pensando a cualquier persona presente en aquel deleite de sensaciones plasmada en una obra de teatro a sala llena.
El estudiante seguía con la idea de disparar con su flecha a Dios, lo hizo y se quedaron atrapados en un campo de amapolas, como incrustados en un juego de las mentes que deambulan por la vida, sin buscar un porque, quizás sepan a donde se dirigen pero se pierden tras el primer tropiezo, nada es tan fácil en esta vida como parece, se cuestionan.
Se necesita a un ser humano con poderes sobrenaturales para poder hacer que Dios decida dejar salir al sol de nueva vez por todas. Y plasmar quietud y devorar el vacìo en las almas de estos personajes.
Todos necesitamos de poderes del más allá, para sobrellevar un cargo terrible de direccionar una vida, llena de sueños, de anhelos, de pasado, de futuro, de incertidumbres compartidas erróneamente, de madrugadas sin final, de siniestros pensamientos al prójimo.
Necesitamos eso…, un don irreal.
Necesitamos un héroe.
Y ya nadie puede esperar.
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