Me había olvidado por completo que este texto lo escribí en el mes de mayo aproximadamente, ahí les dejo.
Apenas se despertó, buscó ubicarse en el espacio, no tenía idea de donde se encontraba, solo sabía que llovía al escuchar las gotas del cielo caer sobre su techo, pensó que algo muy malo había pasado, para que él de arriba se haya enojado tanto, y por eso dejó caer tanta agua, o capaz algo muy bueno había pasado, y bendijo esas tierras secas con tanta lluvia.
Era el medio día se aferró a su manta y se volvió una perfecta oruga, y así sentir que las obligaciones estaban fuera de su vida.
Se hizo cada vez más dificil levantarse, el dolor de cuello se hacía presente, pero las ganas de salir de ese refugio seguro estaban muy lejos.
Se encontraba en el banco de una plaza, muy lejos, era un sábado a la tarde, típico en esos días de felicidad en donde pensás que durará para siempre, pero en realidad es un solo efímero. Los rayos del sol, se escabullían tras las hojas de los grandes y fornidos arboles, él estaba entusiasmado sacando fotos a las hormigas que incansables llevaban un poco de alimento a su hogar, cuidando que no rocen la piel de su amada que estaba sentada a pocos centímetros de él, solo estaban ahí, sin algún porque, sin ningún motivo, el propósito era estar juntos, eso salvaría al mundo para ellos.
Hablaron de la nada misma, hablaron del parque de diversiones de cuando eran niños, del jardín de infantes, del compañero de banco, del clima aquel día en que se conocieron, del primer beso. Hablaron.
Él la tomó de la mano, ella se sintió que era la princesa de ese parque florido en aquella calurosa tarde de diciembre, él le decía que estaba muy feliz, ella solo sonreía como sabiendo que vendría después y solo lo miraba como cuando mira una estampa del santo a rezar, con esa luz que iluminaba hasta las cavernas más antiguas, esa luz que la cegaba, esa luz que era la de él, su luz, la luz.
Se levantaron, él la abrazó con tantas fuerzas que había sentido que había perdido un poco de peso, al sentir sus costillas. Duró un instante, el más largo hasta hoy en la historia de los abrazos.
Solo los almohadones y la manta a cuadros fueron los testigos de esas lágrimas que cayeron, esa mañana al despertarse. Fue real. lo será.
Volverá a pasar.
Apenas se despertó, buscó ubicarse en el espacio, no tenía idea de donde se encontraba, solo sabía que llovía al escuchar las gotas del cielo caer sobre su techo, pensó que algo muy malo había pasado, para que él de arriba se haya enojado tanto, y por eso dejó caer tanta agua, o capaz algo muy bueno había pasado, y bendijo esas tierras secas con tanta lluvia.
Era el medio día se aferró a su manta y se volvió una perfecta oruga, y así sentir que las obligaciones estaban fuera de su vida.
Se hizo cada vez más dificil levantarse, el dolor de cuello se hacía presente, pero las ganas de salir de ese refugio seguro estaban muy lejos.
Se encontraba en el banco de una plaza, muy lejos, era un sábado a la tarde, típico en esos días de felicidad en donde pensás que durará para siempre, pero en realidad es un solo efímero. Los rayos del sol, se escabullían tras las hojas de los grandes y fornidos arboles, él estaba entusiasmado sacando fotos a las hormigas que incansables llevaban un poco de alimento a su hogar, cuidando que no rocen la piel de su amada que estaba sentada a pocos centímetros de él, solo estaban ahí, sin algún porque, sin ningún motivo, el propósito era estar juntos, eso salvaría al mundo para ellos.
Hablaron de la nada misma, hablaron del parque de diversiones de cuando eran niños, del jardín de infantes, del compañero de banco, del clima aquel día en que se conocieron, del primer beso. Hablaron.
Él la tomó de la mano, ella se sintió que era la princesa de ese parque florido en aquella calurosa tarde de diciembre, él le decía que estaba muy feliz, ella solo sonreía como sabiendo que vendría después y solo lo miraba como cuando mira una estampa del santo a rezar, con esa luz que iluminaba hasta las cavernas más antiguas, esa luz que la cegaba, esa luz que era la de él, su luz, la luz.
Se levantaron, él la abrazó con tantas fuerzas que había sentido que había perdido un poco de peso, al sentir sus costillas. Duró un instante, el más largo hasta hoy en la historia de los abrazos.
Solo los almohadones y la manta a cuadros fueron los testigos de esas lágrimas que cayeron, esa mañana al despertarse. Fue real. lo será.
Volverá a pasar.
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